Fotograma de la película "Hiroshima"
El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, la bomba lanzada por el Enola Gay estalló a una altura de 580 metros sobre el centro de Hiroshima y mató a unas 70.000 personas al instante.
La onda expansiva, a unos 6.000 grados de temperatura, no dejó un edificio en pie y carbonizó los árboles a 120 kilómetros de distancia.
Varios minutos después, el hongo atómico se elevó a unos 13 kilómetros de altura y expandió una lluvia radiactiva que condenó a muerte a las miles de personas que habían escapado del calor y las radiaciones.
Varios minutos después, el hongo atómico se elevó a unos 13 kilómetros de altura y expandió una lluvia radiactiva que condenó a muerte a las miles de personas que habían escapado del calor y las radiaciones.
Pero el horror no había terminado. Días después de que la bomba atómica destruyera la ciudad, los médicos comprobaron asombrados que la gente seguía muriendo en forma enigmática y aterradora, de síntomas desconocidos; "al principio los médicos y cirujanos trataban las quemaduras como cualquier otra, pero los pacientes se licuaban por dentro y morían. Ningún médico había visto nada igual".
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Hibakusha ("persona bombardeada") fue el término con que los japoneses designaron a los supervivientes. Oficialmente hubo más de 360.000 hibakusha de los cuales la mayoría, antes o después, sufrieron desfiguraciones físicas y otras enfermedades tales como cáncer y deterioro genético. Paradójicamente, muchos de los hibakusha fueron víctimas dobles: de los norteamericanos y de sus propios compatriotas, que les discriminaron durante años debido a que “la radiación se creía contagiosa”.
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Hibakusha ("persona bombardeada") fue el término con que los japoneses designaron a los supervivientes. Oficialmente hubo más de 360.000 hibakusha de los cuales la mayoría, antes o después, sufrieron desfiguraciones físicas y otras enfermedades tales como cáncer y deterioro genético. Paradójicamente, muchos de los hibakusha fueron víctimas dobles: de los norteamericanos y de sus propios compatriotas, que les discriminaron durante años debido a que “la radiación se creía contagiosa”.
El día 10 de Agosto de 1945, menos de 24 horas después del estallido de la segunda bomba, Yosuke Yamahata, fotógrafo del Ejército japonés, llegó a la ciudad de Nagasaki con el encargo de documentar los efectos del "nuevo tipo de arma".
Yamahata caminó durante horas entre los escombros del escenario más dantesco que jamás hubiera imaginado. Sus fotografías son una de las pruebas más desgarradoras de la monstruosidad humana: “Un viento caliente comenzó a soplar – explicó años después – En todos lados se veían pequeños incendios, como antorchas apagándose: Nagasaki había sido totalmente destruida… prácticamente tropezábamos con cuerpos humanos y de animales que yacían a nuestro paso…"
"Era en verdad el infierno en la tierra. Aquellos que apenas pudieron sobrevivir la intensa radiación -con los ojos quemados y la piel calcinada y ulcerada- deambulaban apoyándose en palos para poder sostenerse esperando ayuda. Ni una sola nube amortiguaba los rayos del sol de ese día de agosto, brillando inmisericorde en ese segundo día después del estallido”. Veinte años después, el 6 de agosto de 1965, cuando se recordaba el vigésimo aniversario del bombardeo a Hiroshima, Yamahata enfermó súbitamente. A los 48 años de edad, le fue diagnosticado cáncer terminal de duodeno, probablemente debido a efectos radiactivos residuales recibidos en Nagasaki en 1945. Murió el 18 de abril de 1966 y fue enterrado en el cementerio de Tama en Tokio.
El alcalde de Hiroshima, la ciudad mártir del oeste de Japón, llamó hoy, en ocasión del 64º aniversario del primer ataque atómico en la historia, a abolir por completo las armas nucleares para 2020.
Unas 50.000 personas, incluyendo a los sobrevivientes del holocausto nuclear, participaron de la ceremonia en el monumento dedicado a los 140.000 muertos por la bomba que lanzó Estados Unidos sobre esa ciudad el 6 de agosto de 1945.
A las 8:15 a.m. hora local, momento en que la bomba estalló en 1945, los participantes se levantaron y rezaron en silencio a la memoria de las decenas de miles de víctimas, hombres, mujeres, niños y ancianos despedazados por el estallido o quemados atrozmente por el calor de las radiaciones.
(nación.com/el mundo, 6 de agosto de 2009)
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