domingo, 18 de julio de 2010

Madame Rita

(A Rita, enferma de amor gatuno)

¿Quién no ha visto nunca a esas abuelitas por las calles de nuestras ciudades, dando comida, atenciones y cariño a perros y gatos abandonados?
Cuántos de nosotros hemos pensado entonces: “¡Pobres chifladas!”. Creemos que la demencia senil ha hecho mella en ellas, sentimos lástima y las miramos con desprecio pensando en lo mal que hacen ayudando a propagar plagas gatunas.
Otros vecinos, los suyos, ofendidos por la presencia de los animales, siembran las calles de venenos. Ellas, a los que sobreviven, los cuidan, incluso son llevados al veterinario y atendidos en casa.

Son seres humanos que saben de la triste soledad del abandono, de los achaques de la edad, sensibles a los dolores ajenos y con una sensibilidad especial con los animales.
Nos alejamos de los viejos y ellos se apartan de la vorágine social. Ya no forman parte del nido familiar y se destierran a su isla rodeados, los que tienen más suerte, de varios animales. Saben de la necesidad de afecto entre ambos y participan en casi todas las actividades juntos.


El momento de atenderlos es maravilloso. Ellos te esperan, conocen tus sonidos y saben que llenarán la barriga, entrarán en contacto con otros gatos y casi seguro todos recibirán una gran dosis de caricias.
Después de un rato de juegos, ellas regresan a casa. Lavan los utensilios y después preparan la siguiente comida; se sientan en su sillón cansadas y llenas de bienestar. Algún gato de la casa irá a su regazo y ella le hablará de los de abajo, los sin dueño:
“Hoy Misi no ha venido, quizá haya parido ya, a Tina le ha mordido otro gato, anoche un coche atropelló a Negrito, hoy se lo han comido todo y el nuevo- el flacucho- se ha dejado acariciar”.

Son muchos los abandonos y con ello la superpoblación. ¿Tienen acaso ellas culpa de todo esto?
Cuidan a los que ya están abandonados y a los que nacen en libertad por esa causa. De nosotros, de todos nosotros depende que su trabajo no sea tan arduo, de reducir el número de animales que vagan por calles y carreteras.


Ellas encontrarán siempre a algún ser que les necesite. Quizá algún gato casero del vecindario reciba de ellas más atenciones que de sus propietarios.
Veamos en ellas su amor por ellos y no critiquemos jamás estos actos, puros síntomas de esa maravillosa “enfermedad”:
El amor a los animales

Transi, 21 de julio de 1996

Rita, una deliciosa abuelita de ochenta años que había vivido en Paris medio siglo, achacosa y casi ciega, bajaba cada día varias veces para alimentar y cuidar a varios gatos de la calle General Elizaicin, en Alicante. A los más enfermos, aquellos que en la calle no durarían ni una noche, los llevaba para su casa... (El veterinario era habitual visitante) Llegó a acoger en su hogar entre siete y diez gatos. Estos animalillos le daban la vida familiar de la que carecía y se mantenía ágil y activa todo el día (compra para ellos, limpia, cocina, baja y sube escaleras...). Estoy segura que sin ellos su soledad se la hubiera comido, tenía varios motivos de cuatro patas para vivir.



2 comentarios:

Unknown dijo...

Transi, un relato maravilloso, sencillo y enternecedor...puede parecer que estas palabras no sean objetivas por mi adoración por los gatos, pero sí lo son y como bien dice tu blog "reflexiones" debería hacernos reflexionar pues todo ello es extrapolable a las personas...que bien escribías ya por entonces

Transi Robles dijo...

Sabía que te iba a gustar, nos une entre otras cosas el amor por estos animales. Pues resulta que he abierto el baúl de los recuerdos y aunque no soy muy dada a hablar tanto en este rincón, me he decidido a publicar esta triste historia... Hace años que no sé nada de Rita, pero por su edad, si viviera no creo que pudiera seguir con esta espléndida tarea.
En fin, no es ni será la única, y su ejemplo nos ayuda a perseverar.
Un abrazo quedido Choper.
(Te espera la playa)