
Hacia el año de 1940 (aproximadamente) llegó a Roelos (en la comarca de Sayago, provincia de Zamora) Don Virgilio Ramos como maestro de escuela. Venía de un pueblo de la comarca de Benavente, San Cristóbal de Entreviñas, región de donde era oriundo y tenía a toda su familia.
La época trágica y triste de la posguerra lo llevaron allá. Nunca fue político activista ni perteneció a ningún partido, pero lógicamente simpatizaba con la republica que protegió la cultura y la enseñanza. Por otra parte los inquisidores de la época, falangistas y el cura del pueblo, informaron mal sobre él. El cura (moderno Torquemada) no concebía que una persona no fuera a comulgar todos los días como un beato consuetudinario. Estuvo un año sin cargo.
A pesar de ello, lo injusto y lo triste de todo, su espíritu generoso y noble no guardó rencores y se dedico con cariño, como siempre, a enseñar, a predicar con el ejemplo, a formar niños y jóvenes, tratando con ahínco de que aquellos que despuntaban por su inteligencia aspirasen a destinos mejores, para lo cual hablo con sus padres insistentemente, pues algunos eran reacios a ello, para que sus hijos fuesen a estudiar a la capital.
La familia de Don Virgilio pasó penurias y privaciones, pues el brazo largo del régimen no permitía que su familia, en buena posición económica le enviase ayudas (los terribles fielatos). El maestro contaba con lágrimas en los ojos como más de una vez le quitaron lentejas, harina, alubias con palabras soeces y gestos adustos.
La generosidad del pueblo era proverbial y más de una vez, de noche, envueltos en mantas llevaban a casa pan reciente, patatas, comida..., que eran recibidos como maná caído del cielo. Para aumentar algo el pobre ingreso familiar Don Virgilio daba clases de noche, en invierno a adultos, e iba desde La Portilla, con el barro y el frío, con el candil de carburo. Ese fue el principio de su dolencia de los bronquios que le acompañó hasta su muerte.
El pueblo le dio una casona medieval, de labradores, oscura y lóbrega, con establos, una era inmensa y corredores en la Portilla. Roelos era en esa época una especie de lugar casi medieval, con costumbres donde imperaba la superstición, los prejuicios, a veces lo ingenuo, reacio a las innovaciones, a la modernidad que viniese de fuera. Las fiestas eran alegres, aunque la costumbre de arrancar el cuello a unos gallos que colgaban de cuerdas y mozos en caballos era...terrible para los que amamos los animales profundamente. Baile en la plaza del pueblo, estrenos, guisos suculentos en las casas y dulces caseros. En las noches de San Juan hogueras en la plaza con tomillo y romero, saltos sobre el fuego, alegría…Las campanas de la iglesia eran lenguaje para todos, si moría un niño tocaban diferente a si moría un adulto, a fuego, a misa...
El cura era un hombre frió y decían los jóvenes que era chismoso y le contaba a los padres cosas de nosotros. Era algo misterioso, lo recuerdan paseando con Don Virgilio por los corredores de la escuela, como un cuervo con su larga sotana y su fría mirada.
Había unas señoras, hermanas, a las que las niñas les hacia recados, las visitaban, les tenían gran cariño y les daban huevos, leche y pan que llevaban a la casa. Vestían siempre de negro con pañolones en la cabeza.
Desde pequeñas, asumieron la injusticia cometida con su padre y juraban en la era, en una peña, que algún día defenderían la justicia, la libertad…

(Extracto de una carta de una de las hijas de Don Virgilio a Jesús San Miguel González, alumno de la escuela de Roelos en aquella época y que fue uno de aquellos alumnos aventajados a quien el maestro encaminó hacia el estudio. En ella hace memoria de aquellos años tan duros para la familia de un maestro de la república en los tiempos de la posguerra.)
Don Virgilio es mi abuelo materno, fue alguien muy especial para mí. Todo el mundo que lo conoció me demuestra con cariño su recuerdo.
Gracias Jesús San Miguel, sin ti no hubiera conocido aquella época de la que nunca jamás se habló. Gracias por querer a mi mamá, gracias por quererme a mí.
Un abrazo familia.