"Sería la del alba [...]", dice Cervantes que era cuando Don Quijote salió al camino.
"Sería", dice, con la incerteza propia del alba, del alba que cuando alguien la mira y la sigue es un alborear. No un estado de la luz, una hora fija del día, como lo son las otras horas del día, aun las del crepúsculo, cuando es largo. Y las horas, según vienen del alba, van ganando tiempo. El alba se diría que no lo tiene; que ese su alborear no se lleva tiempo, no lo gasta ni lo consume; que es su aparición, que, tratándose del tiempo, no puede darse más que así, en una especie de labilidad como de agua a punto de derramarse. Como si el océano del tiempo y de la luz -del tiempo luz- se asomara de par en par al filo del desbordarse y del retirarse. Pues, por clara que sea, el alba es siempre indecisa. El alba da la certeza del tiempo y de la luz, y la incerteza de lo que luz y tiempo van a traer. Es la representación más adecuada que al hombre se le da de su propia vida, de su ser en la vida, pues que el ser del hombre también siempre alborea. Ante el alba, el hombre se encuentra consigo y ante sí, en ese su ir a desbordarse e ir a ocultarse, en esa su indecisa libertad semisoñada. Y ante el alba, la suya, la del día, se despierta yendo a su encuentro. Es su primaria, su primera y trascendental acción.
Don Quijote se pone en camino a la hora del alba. No podía ser de otra manera en ese personaje que padece, de manera ejemplar, el sueño de la libertad, ese sueño que, en cierta hora, tan incierta, se desata en el hombre..."
De: "Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 1988" -María Zambrano.