domingo, 14 de septiembre de 2014

Amanecer


    Hincho mi corazón para que entre
como cascada ardiente el Universo.


El nuevo día llega y su llegada
me deja sin aliento.


Canto como la gruta que es colmada
canto mi día nuevo.


    Por la gracia perdida y recobrada
humilde soy sin dar y recibiendo
hasta que la Gorgona de la noche
va, derrotada, huyendo.


Gabriela Mistral
Amanecer

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Al iniciarse el alba


Apenas llegó  Zaratustra a los treinta años, dejó su patria y el lago de su patria y se refugió en  la montaña. Durante diez años disfrutó allí, sin cansarse, de su espíritu y de su soledad. Hasta que al fin se  transformó su corazón, y una mañana se levantó al iniciarse el alba, y plantándose frente al sol  le habló así:


¡Oh! ¿Cuál sería tu dicha si no tuvieras  a quienes iluminar? Hace diez años que llegas hasta mi  y te hubieras cansado de tu luz y de tu camino si no me tuvieras a mí, a mi águila y a mi serpiente.
Cada mañana te esperamos para beneficiarnos con tus pródigos rayos y bendecirte por ellos.


Mas he aquí que me he hastiado de mi sabiduría, como la abeja que ha elaborado excesiva miel. Ahora necesito  manos que se me tiendan.
Quisiera dar y distribuir hasta que los sabios entre los hombres de nuevo estén gozosos de su locura, y los pobres, dichosos  de su riqueza.
Por eso debo descender yo a las profundidades como lo haces tú por la tarde cuando te hundes detrás de los mares para llevar tu luz al otro lado del mundo, ¡oh astro esplendoroso! Debo desaparecer como tú, acostarme, como dicen los hombres hacia los cuales quiero descender.


¡Bendíceme, ojo sereno, tú que puedes contemplar sin envidia hasta la dicha que no tiene límites!
¡Mira esta copa que está ansiosa por vaciarse nuevamente! ¡Mira a Zaratustra que quiere recomenzar a ser hombre!

Y así se inició el descenso de Zaratustra.


Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche

(Traducción Carlos Vergara)

lunes, 1 de septiembre de 2014

Bendita Libertad


Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin rastro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.


Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.


Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.


Soy una abierta ventana que escucha,
por donde ver tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha 
que siempre deja la sombra vencida.


Miguel Hernández, Eterna sombra